Weg3, Meizi Wang
Y ahí van, cuesta arriba por un sendero que parece una decisión mal tomada. Él con el bastón, ella con la espalda recta. Como si caminar por el bosque pudiera resolver algo. Como si el mundo no fuera una sucesión de árboles torcidos y lomas que no llevan a ninguna parte.
La niebla es más honesta que el cielo: tapa sin prometer. Y esos árboles, secos pero erguidos, tienen más dignidad que la mayoría de las personas que conozco. No hay hojas, pero tampoco quejas. Solo ramas que aguantan y un suelo que, pese a todo, sigue sosteniendo el paso.

Pintado está el cansancio, ese que no duele pero pesa. El mismo que arrastramos a diario disfrazado de rutina, de paseo al aire libre, de conversación educada sobre el tiempo. ¿Qué dicen? ¿Qué callan? Tal vez se preguntan por qué han salido si podrían estar viendo la tele. Tal vez han entendido que salir no salva, pero adormece.
Este cuadro no es una escena bucólica: es un recordatorio. Que la naturaleza no cura, pero al menos no interrumpe. Que algunos caminos no tienen meta, pero te permiten irte un rato de ti mismo. Que el silencio, con suerte, no hace preguntas.