Textura dorada abstracta: cuando el ego se disfraza de oro para no pedir perdón

No sé si es pintura o si es la radiografía de un recuerdo que no sabe morir. Algo hay ahí: una textura dorada abstracta que parece tener la arrogancia de quien se cree eterno, pero que se deshace con solo mirarla demasiado tiempo. Como esas personas que relucen mucho y se explican poco.

Me desperté con la idea de que todo es un barniz: las buenas intenciones, el amor al arte, el aceite de oliva virgen extra. Y vi esto. Un fragmento de lienzo donde el blanco no es pureza sino negación. Donde el dorado no representa riqueza, sino esa necesidad enfermiza de parecer interesante. Es decir, todos nosotros, un lunes por la mañana.

Textura dorada abstracta y la mentira con clase

Hay una especie de violencia silenciosa en cómo el dorado se impone al blanco, lo atraviesa, lo invade, lo disimula. Como una disculpa elegante en medio de una pelea doméstica. O un regalo caro después de una traición barata.

La textura dorada abstracta no es solo un gesto estético. Es una excusa táctil para no hablar del vacío. Para que toquemos sin entender. Para que nos deslumbremos y olvidemos que bajo esa capa hay una tela desnuda que no pidió ser decorada.

El arte de ocultar bajo capas de lujo

La pintura no dice nada. Y eso es lo más interesante. Porque en un mundo saturado de mensajes, lo más subversivo es una imagen que se niega a explicar por qué existe. Solo está. Como una herida cubierta de purpurina.

Y sí, claro que es bonita. Pero también lo son las mentiras si las cuentas con voz suave y fondo de piano.

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