Las 5 tendencias artísticas que todos estarán pintando en 2025
Hacia un nuevo lienzo: el arte en la era del cambio
A veces despierto con la garganta seca, preguntándome en qué clase de laberinto artístico nos metimos. Como si el pincel tuviera el poder de borrar recuerdos, pero solo eligiera los más agradables para desaparecer, dejando los retorcidos en la superficie. No me tomen a mal. Hace cinco años, creía que el futuro de la pintura se reducía a pinceles de cerda y técnicas heredadas de la academia. Hoy ya no me atrevería a pronosticar el color del próximo amanecer. Sin embargo, me arriesgo a revelar las cinco tendencias artísticas 2025 que casi todos terminarán pintando. Digo “casi” porque siempre existe algún ermitaño pintando bodegones en la montaña, sin Instagram ni conexión a este caos global.
Cierro los ojos y regreso a la primera vez que vi un cuadro íntegramente creado por una Inteligencia Artificial. Fue en una galería clandestina, de esas que surgen en antiguos almacenes abandonados a las afueras de la ciudad. El ambiente olía a pintura acrílica, café requemado y prejuicios. Cuando me explicaron que el artista no era humano, me reí. Asumí que se burlaban de mí o que habían añadido un toque de marketing extravagante para inflar los precios de las obras. Pero no. Aquellos lienzos vibraban con la distorsión perfecta de un algoritmo. Había un aire espeluznante en cada pincelada simulada. No pude apartar la mirada.
Pinturas generadas por IA que luego se “humanizan”
Con todo el recelo que provoca pensar que una máquina aprenda tus técnicas y tus trucos, la gran promesa de 2025 apunta directamente a lo híbrido. La IA pinta, uno corrige. O uno pinta, la IA corrige. Y luego uno vuelve a retocar, hasta que el resultado es tan ambivalente que nadie puede determinar en qué porcentaje intervino la chispa humana. Podría sonar aterrador. Pero es maravillosamente perverso. Imagínense: llegar con tu tableta, cargar un par de imágenes de referencia, dejar que un software te sugiera la paleta de colores más acorde al estado de ánimo del día. Cada trazo surge como un dictamen mecánico, pero tú puedes estropearlo a voluntad, añadir imperfecciones o errores que parezcan expresivos. Así, las galerías se convierten en un zoológico de estilos imposibles: la precisión fría de un sistema que analiza millones de pinceladas históricas, mezclada con la urgencia humana de verter nuestra neurosis en el lienzo.
A veces me pregunto si estos cuadros tendrán alma. Después me acuerdo de aquella noche en el almacén, contemplando las pinturas, sintiendo escalofríos. Y me respondo que las almas nunca estuvieron seguras de habitar nuestras obras de arte. Tal vez es mejor que, en 2025, la IA sea nuestra socia. Al menos no se quejará si usamos demasiada pintura roja o si firmamos con un pseudónimo que suene más exótico que el nuestro.
Hago un salto brusco en el tiempo para recordar la tarde en que aprendí a preparar mis propias telas. Fue en un taller improvisado en la casa de un viejo profesor que juraba que el arte nacía de la tierra misma. Nos ponía a tensar, martillar, encolar y luego aplicar la imprimación. Nos decía que ese era el “ritual” para conectar con nuestra materia prima. Irónico, ¿no? Ahora, en 2025, la “materia prima” podría incluir paneles recubiertos de sensores y chips para generar texturas electrónicas.
Lienzos con microchips y texturas interactivas
Si en 2020 me hubieran dicho que en un futuro cercano habría lienzos inteligentes, habría soltado una carcajada. Pero aquí estamos. Hay un nuevo tipo de superficie que reacciona al tacto, cambia de color con la temperatura o libera pigmentos especiales al contacto con impulsos eléctricos. No son meros caprichos de laboratorio: ofrecen un grado de experimentación brutal. He visto artistas rasgar estas telas para exponer la maraña de cables internos, integrándolos en la obra final como una especie de cirugía artística.
Quizá el aspecto más sorprendente es la posibilidad de programar pequeñas variaciones de la pintura. El lienzo “recuerda” la presión de ciertos trazos y modifica la saturación de la pintura en función de la luz ambiente. Es ridículo y fascinante a partes iguales. En mis sueños más retorcidos, imagino que un cuadro interactivo me susurra su dolor cuando enciendo las luces a media noche. Como si me reprochara que lo abandoné en la oscuridad todo el día.
Cierro la puerta de la sala, avanzo hacia la cocina para calentar café y me detengo a mitad del pasillo, recordando otra escena. Fue en un congreso de arte experimental, donde presencié un performance extraño: una persona pintando en tiempo real con un casco de realidad virtual, mientras su cuerpo estaba rodeado de sensores que proyectaban sus emociones en colores flotantes. El público se reía, no porque fuera gracioso, sino porque no entendía nada. De esa incomprensión nació un embrujo.

Fusión de pintura y realidad aumentada
Lo siguiente que veremos—y ya lo estamos viendo en espacios muy alternativos—es la mezcla definitiva entre lo tangible y lo virtual. Imagina que pintas un cuadro a la vieja usanza, con óleo y espátula, y luego le sumas una capa AR (Realidad Aumentada) que solo se aprecia con un visor especial o con el teléfono. La obra, en su forma cruda, muestra una escena algo inocua: un paisaje urbano, un rostro en penumbra, un conjunto de figuras geométricas en perpetuo desorden. Pero cuando te colocas el visor, la pintura cobra vida: se mueven los edificios, el rostro parpadea y las figuras geométricas se acomodan para darte un mensaje encriptado.
Ese tipo de arte te obliga a preguntarte qué es “real” y qué es un espejismo creado por algoritmos. Suena exagerado, pero ya conozco a varios artistas que no conciben una pieza sin su extensión virtual. Incluso han surgido corrientes en defensa de la pureza tradicional, acusando a estos nuevos creadores de “traicionar el noble oficio de la pintura”. Pero ellos no se inmutan. Siguen pegando microcámaras, sensores, usando algoritmos que convierten a los espectadores en parte de la obra. Y cuando el público se retira, la pintura permanece suspendida, a la espera de que otro curioso se ponga el visor.
Por otro lado, hay quienes se obsesionan con la materialidad pura. Esa gente que encuentra belleza en la textura gruesa, en la mezcla de pigmentos orgánicos con sustancias imposibles de pronunciar. Una tarde, en un café, un compañero me contó su gran proyecto para 2025: pintaría con pigmentos bioluminiscentes, extraídos de algas diseñadas en laboratorio. Le pregunté si no temía que la pintura cobrara vida en el peor momento. Se encogió de hombros. Dijo que, si ocurría, sería el broche de oro de su carrera.
Pigmentos no convencionales y combinaciones extremas
En estos años, la mezcla se ha vuelto obsesión. Algunos pintores están usando sustancias lumínicas, otros se decantan por polvos metálicos que reaccionan con la humedad, y no faltan los que incluso integran fragmentos de vidrio o plástico reciclado para darle una textura cortante al lienzo. En 2025 veremos la consagración de lo extremo: cuadros que cambian de color según la presión atmosférica, obras efímeras que se disuelven ante el contacto con el aire, telas cubiertas de bacterias “amigables” que generan patrones vivos.
He visto muestras de arte donde la pintura literalmente respiraba. No es metáfora. Microorganismos diseñados para expandirse ante la presencia de la luz, creando patrones aleatorios. Algunos visitantes se alejaban con repulsión. Otros sacaban el teléfono para fotografiar la aparición de lo que parecía un ojo en la superficie. ¿Arte vivo? ¿Peligro biológico? Nadie tenía respuestas claras. A mí me temblaban las piernas al pensar en el rumbo que podrían tomar estas experimentaciones. Pero también me picaba la curiosidad, esa inquietud por ver hasta dónde podemos llevar nuestra obsesión por el color y la forma.
En los últimos años también surgieron protestas de grupos ambientalistas, que ven estas experimentaciones como un atentado contra la naturaleza. Y sí, un poco de razón tienen. Manipular bacterias, cultivos celulares o pigmentos tóxicos no parece muy ecológico. Sin embargo, mucha gente defiende que la innovación artística requiere cierto riesgo y plantea la necesidad de investigar materiales sostenibles. Probablemente, en 2025, los más audaces usarán organismos genéticamente modificados, pero otros preferirán tintes vegetales libres de pesticidas y formarán una especie de contracultura verde.
Regreso a mi estudio. Miro las paredes llenas de experimentos fallidos. Recuerdo la época en que me obsesioné con la idea de combinar la pintura con la palabra escrita. Hice unos cuantos lienzos con poemas pintados. Nadie les prestó mucha atención. Era un atrevimiento menor comparado con todo lo que estaba explotando alrededor.
El regreso de la narrativa en el arte, pero bajo formatos inéditos
Justo cuando parece que la técnica lo es todo, que la tecnología y la extravagancia nos consumen, surge otro movimiento con fuerza. Pintar historias. No hablo de ilustrar cuentos infantiles. Hablo de crear relatos pictóricos, composiciones secuenciales o interactivas que se van revelando a medida que el espectador avanza ante la obra o gira su dispositivo. Imagina cuadros gigantes que, al mirarlos con una app, despliegan textos, voces, sonidos. Un universo narrativo que combina la bidimensionalidad de la pintura con el poder evocador de la literatura y la música.
Algunos dicen que será la nueva forma de contar historias en museos y galerías, alejándose del libro o el cómic, fusionándose con el performance y la instalación digital. Otros lo rechazan. Dicen que la pintura debería hablar por sí misma, sin necesidad de monólogos o efectos especiales. La disputa está servida. Y en 2025 habrá exposiciones completas dedicadas a esta “pintura narrativa ampliada”. El espectador se convertirá en lector, escucha y protagonista, todo al mismo tiempo. Como si la obra retorciera su mano y lo invitara a un viaje delirante, sin principio ni fin.

Ahora doy un salto más: imagino a los coleccionistas de 2030, buscando esas primeras obras de 2025, cuando todavía éramos ingenuos y creíamos que la realidad se dividía en capas manejables. Me los figuro con trajes impecables, haciendo subastas a precios estrafalarios por un cuadro que combine IA, pigmentos lumínicos y relatos interactivos. Tal vez mi pequeña pintura con versos pintados a mano sea una reliquia sentimental, de esas que nadie valora al principio, pero que cobran sentido décadas después. Uno nunca sabe.
Claro que no todo será color de rosa. Muchos artistas quedarán en el camino, intentando dominar tecnologías que superan su presupuesto o rebasan sus conocimientos. Veremos a gente estresada, intentando programar sus propios lienzos inteligentes sin saber siquiera soldar un cable. Otros, sumergidos en la Realidad Aumentada hasta tal punto que olvidarán cómo se pinta un simple bodegón. Y estarán los que se niegan a aceptar la hibridación tecnológica, relegados a circuitos tradicionales donde se insiste en la pureza del pincel.
Al final, las cinco tendencias artísticas 2025 que he descrito son como fuegos artificiales en un cielo cada vez más poblado de drones y satélites. Brillan con potencia, luego se mezclan, y nadie sabe bien qué forma final tomarán. El futuro del arte, en 2025, promete ser tan caótico como emocionante. Eso sí, independientemente de que prefieras telas con microchips o pinturas lumínicas, tarde o temprano tendrás que enfrentarte a las preguntas de siempre: ¿Por qué pintas? ¿Para quién pintas? ¿Qué quieres expresar?
Cierro los ojos y aspiro el aroma a disolvente que impregna mi estudio. Recuerdo el temblor que sentí la noche en aquella galería clandestina, ante una pintura concebida por un ente digital. Me pregunto si no es el mismo temblor que ha sacudido a los artistas cada vez que llega una nueva revolución: el óleo reemplazando al temple, la fotografía sacándole público al retrato, el arte abstracto desbancando las formas clásicas. Quizás no hemos cambiado tanto. Solo vestimos de manera diferente y cargamos aparatos electrónicos en los bolsillos.
Mañana mismo me sentaré frente a un lienzo en blanco. Pintaré un rostro a media luz, con pigmentos tradicionales, y luego añadiré un sutil toque de tinta conductiva para ver si logra emitir alguna señal. Porque, a estas alturas, me seduce tanto la tradición como la vanguardia. Supongo que, en 2025, muchos andaremos con el corazón partido entre aquello que siempre hemos amado y lo nuevo que no podemos dejar de experimentar.
La verdad, no lo considero una tragedia. Es solo el paisaje cambiante de nuestra creatividad, un mosaico de contradicciones que seguirá creciendo. Y así seguirá el arte: vivo, mutante, insolente, inmune a las normas. Nosotros, con nuestros pinceles o computadoras, nos limitamos a seguirle el paso, rezagados, preguntándonos si un día comprenderemos de verdad qué estamos haciendo. Ojalá nunca lo averigüemos del todo