Parizelle À La Pêche Au Bas Meudon, de Maximilien Luce
Un tipo pescando. Eso es todo. O eso parece. Pero no te dejes engañar: esta escena de río es más profunda que tus conversaciones de domingo con resaca.
El pescador, sombrero ladeado, parece tranquilo, pero si miras bien, el agua está a punto de tragárselo. Cada pincelada grita caos disfrazado de calma. ¿Está pescando peces o esperando que el río le devuelva algo que perdió? ¿Dignidad? ¿Un calcetín? Nadie lo sabe.
El río no fluye, conspira. Luce lo pinta como un espejo roto: fragmentos de luz, manchas de sombra, y esa sensación incómoda de que algo va mal. ¿Y el pescador? Un peón en el juego del río. O tal vez está tan aburrido que no le importa.
Esta pintura no se trata de pesca. Se trata de paciencia absurda, de cómo nos sentamos al borde del caos con una caña en la mano esperando que algo, lo que sea, muerda el anzuelo.
¿Qué crees que está pensando? «Ojalá llueva», tal vez. O quizá ni piensa. A veces, mirar el agua es suficiente. A veces, eso es todo lo que podemos hacer.
