«Dibujar bien» es el peor consejo que te han dado: empieza a mirar como un artista
“Tu dibujo está bonito… pero no se parece..”
Te lo dijeron a los siete años y se te quedó grabado como un clavo oxidado. Desde entonces, cada vez que te sientas frente al papel, sientes que tienes que acertar, que tu trazo debe ser exacto, la proporción correcta, el color realista. Porque si no “se parece”, no sirve. ¿Y si te dijera que ese pensamiento es el mayor obstáculo para tu creatividad?
Hay un punto de inflexión en todo artista aficionado. Un momento en que deja de obsesionarse con copiar la realidad para empezar a mirarla con otros ojos. No más “dibujar bien”. Más bien, ver bien. Entender la luz, el ritmo de una forma, el espacio entre los objetos, lo que hay en las sombras. Dibujar como se ve, no como se sabe que es. Porque nadie dibuja una silla. Dibujamos la danza de líneas, los huecos, los gestos. Y eso, amigo mío, no tiene que “parecerse”.
El mito del dibujo “correcto”
Durante años, nos han enseñado que el arte es una cuestión de habilidad técnica. Que hay que dominar la perspectiva, la anatomía, la proporción. Pero eso es solo una pequeña parte. Los grandes artistas no son fotocopiadoras humanas. Piensa en Van Gogh: ¿quién necesita que los árboles sean verdes si pueden ser una llama azul?
En su libro “Drawing on the Right Side of the Brain” (puedes encontrarlo en Amazon aquí), Betty Edwards explica que el mayor obstáculo para aprender a dibujar no es la mano, sino la mente. Nuestra parte lógica insiste en dibujar lo que cree que ve (“el ojo tiene forma de almendra”), no lo que está realmente frente a nosotros (una curva más suave, una sombra inesperada). Solo cuando aprendemos a desactivar ese filtro racional empezamos a dibujar con autenticidad.
No dibujes objetos: dibuja relaciones
Uno de los ejercicios más reveladores para soltar esa mirada rígida es el dibujo “a la inversa”. Coge una foto o ilustración y colócala del revés. Luego dibújala sin girarla. Al hacer esto, dejas de ver “una persona” y empiezas a ver líneas, ángulos, intersecciones. Se trata de olvidar lo que sabes y observar lo que hay.
Otro clásico es el “dibujo ciego”: mirar solo el modelo mientras dibujas, sin mirar el papel. El resultado no será bonito, pero sí honesto. Porque lo importante no es la perfección, sino el ejercicio de mirar sin juzgar. Aprender a ver es como afinar el oído de un músico: no es inmediato, pero transforma para siempre la forma en que interpretas el mundo.
¿Por qué miran diferente los artistas?
Porque entrenan el ojo, no la mano. Porque saben que el contorno de una mano no es una línea, sino una sucesión de gestos. Porque entienden que una cara no es un óvalo con dos círculos dentro, sino una sinfonía de planos, luces, texturas, emociones.
Mira los cuadernos de Lucian Freud: manchas rápidas, torpes, inacabadas… pero vivas. Mira los retratos de Egon Schiele: distorsionados, tensos, incómodos… pero imposibles de olvidar. Ambos sabían que un dibujo no necesita “estar bien” para ser poderoso.
Y tú también puedes entrenarte. Aquí van algunos ejercicios que recomiendo a mis alumnos y que puedes empezar hoy mismo:
Tres ejercicios para empezar a mirar como un artista
1. Dibuja las sombras, no los objetos
Toma un objeto simple (una taza, una llave) y dibuja solo las sombras que proyecta. Te obligará a mirar más allá de la forma.
2. Dibuja con la mano no dominante
El objetivo no es el resultado, sino soltar el control. Con la mano torpe, dejas de intentar que “quede bien” y te concentras en el gesto.
3. Haz mini croquis de 1 minuto
Usa un lápiz suelto y papel barato. Ponte un temporizador. Sin levantar la mano, capta lo esencial en 60 segundos. Luego cambia de modelo o pose. Es adictivo y brutalmente útil.
Si quieres disfrutar aún más el proceso, te recomiendo usar papeles de textura rugosa (como el Strathmore 400 Series) y lápices de grafito blando como los Mars Lumograph 8B de Staedtler (ver aquí en Utrecht Art). La textura ayuda a que el trazo respire. Y eso, cuando estás aprendiendo a mirar, lo es todo.
Deja de copiar. Empieza a interpretar.
No necesitas permiso para equivocarte. Ni una mano perfecta. Ni un título de Bellas Artes. Solo necesitas ojos que quieran ver de verdad. Si abandonas la obsesión por el resultado final, descubrirás que lo mejor del dibujo no es colgarlo, sino hacerlo. No es parecerse a una foto, sino parecerte más a ti.
El arte no es una competición de exactitud. Es una forma de estar en el mundo. Un espejo de cómo ves, sientes y conectas con lo que te rodea.
Y cuando entiendes eso, algo mágico sucede: dejas de dibujar para impresionar y empiezas a dibujar para respirar.
¿Listo para ver el mundo como un artista? Solo necesitas un lápiz y una mirada honesta. Todo lo demás es adorno.
¿Te interesa aprender más sobre cómo soltar el perfeccionismo y disfrutar del proceso artístico?
Te recomiendo el libro “El camino del artista” de Julia Cameron (disponible aquí). Aunque no seas de diarios ni ejercicios espirituales, hay ideas potentes para redescubrir el arte como juego y libertad.