Le vent nous portera - Noir Desir

Le vent nous portera: La canción que nos enfrenta al viento y al vacío

La melancolía hecha música: Noir Désir y su eterno susurro

A veces, las canciones son como polillas atraídas por la luz de una bombilla: llegan, revolotean y, cuando menos te lo esperas, se consumen en un instante eterno. Pero “Le Vent Nous Portera” de Noir Désir no es una polilla. Es la bombilla. Una de esas luces parpadeantes que parecen desafiarte a interpretar su brillo mientras iluminan rincones que preferirías no mirar.

Recuerdo la primera vez que escuché esta canción. Estaba tirado en mi sofá, rodeado de libros que no pensaba leer y discos que no pensaba escuchar. En ese momento, el viento literal entró por una ventana abierta, como un invitado inoportuno, levantando hojas, polvo y un par de pensamientos que llevaba tiempo evitando. La melodía empezó a fluir desde el altavoz, tan suavemente que casi no me di cuenta de que había entrado. “Le vent nous portera”, murmuró Bertrand Cantat, como si estuviera a punto de contarme un secreto que no quería oír.

El viento en esta canción no es un simple fenómeno meteorológico; es un personaje en toda regla. No un aliado, pero tampoco un enemigo. Es esa fuerza inevitable que arrastra recuerdos, esperanzas y, por qué no, polvo de ilusiones mal barridas. En “Le Vent Nous Portera”, el viento es el gran nivelador, el que nos recuerda que somos tan permanentes como un grafiti en una pared de ladrillos: condenados a desaparecer, pero no antes de dejar una marca.

Con cada verso, Cantat desgarra una capa de optimismo preempaquetado y lo reemplaza con un surrealismo cáustico: “Ce parfum de nos années mortes” (“Ese perfume de nuestros años muertos”). Es una línea que huele a despedidas y a un pasado que nunca supo quedarse en su sitio. Es también una imagen sensorial tan precisa que casi puedes inhalar el aroma de las promesas incumplidas.

Todo desaparecerá, pero…

La frase “tout disparaîtra” (“todo desaparecerá”) es un mantra que se repite con la insistencia de una alarma que ignoras hasta que ya es demasiado tarde. Pero no es solo una declaración de lo inevitable; también es un reto. Porque aunque todo esté destinado a desaparecer, ¿cómo decides llenar el vacío intermedio? El viento puede llevarse todo, pero no sin antes exigirnos que enfrentemos nuestras decisiones, nuestros errores y nuestras pequeñas victorias.

Hay algo profundamente inquietante y redentor en esta dicotomía. Por un lado, Cantat nos susurra que no somos más que polvo en la atmósfera (“Des chromosomes dans l’atmosphère”). Por otro, hay un retazo de esperanza, una insinuación de que incluso ese polvo tiene un lugar donde caer.

Hablando de vientos, la guitarra de Manu Chao en esta canción es como un cometa atrapado en una corriente ascendente. Ligera, pero con un peso emocional que no puedes ignorar. Es un recordatorio de que, a veces, las colaboraciones musicales no son solo un capricho de estudio, sino un acto de alquimia pura.

Chao no se limita a tocar; construye paisajes. Sus acordes crean la sensación de estar atrapado entre dos mundos: el terrenal, donde todo se desmorona, y el etéreo, donde todo parece estar suspendido, fuera del alcance del tiempo. Es una especie de danza macabra, pero en lugar de esqueletos, bailan constelaciones.

Una herida que no cierra

Por supuesto, es imposible hablar de “Le Vent Nous Portera” sin mencionar la sombra de Bertrand Cantat. Su voz, rota y poderosa, es un recordatorio de que el arte y el artista a menudo habitan mundos paralelos que se cruzan solo para colisionar. En cada palabra, hay una intensidad que no puedes ignorar, una tensión que no permite que la canción sea solo eso: una canción. Es un testimonio, una confesión y, quizá, una excusa.

El hecho de que Cantat sea una figura tan controvertida añade otra capa de ambigüedad emocional. ¿Cómo reconciliar la belleza de esta obra con el hombre que la creó? Es una pregunta que el viento no responde; simplemente la arrastra hacia otro rincón del universo.

Al final, “Le Vent Nous Portera” no es solo una canción; es un viaje. Pero no de esos que planificas con mapas y horarios. Es el tipo de viaje que empiezas sin saber dónde acabarás, porque, en realidad, el destino no importa. Lo que importa es lo que el viento se lleva y lo que decide dejar atrás.

Quizás, como dice Cantat, no haya un presente ni un pasado, porque todo acaba pasando. Pero mientras el viento siga soplando, seguirá habiendo historias que contar, canciones que escuchar y pequeños momentos que, aunque efímeros, logran desafiarnos a vivir.

Y así, mientras el último acorde se desvanece y el viento entra de nuevo por mi ventana, me doy cuenta de algo: no tengo miedo del camino, pero tampoco tengo prisa por recorrerlo. Porque al final, el viento nos llevará, pero ¿quién dice que no podemos disfrutar del viaje mientras tanto?

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *