¡Pintar y resistir, pero con estilo!

¿Te ha pasado alguna vez que alguien te dice: “El arte abstracto lo hace cualquiera”? Pues esa gente nunca ha visto una exposición de Gabriele Münter, una de las figuras más brillantes del expresionismo alemán y un claro ejemplo de que la creatividad, cuando se acompaña de un temperamento rebelde y líneas precisas, puede cortar más que la crítica de tu profesor de dibujo.

Gabriele Münter (1877-1962), pintora, fundadora de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) y una mujer que demostró, con el pincel en una mano y la fotografía en la otra, que la vida puede ser reducida a su esencia sin perder ni un gramo de color. El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid nos lo recuerda con una exposición que recorre su evolución artística a través de más de cien obras, algunas tan intensas como una telenovela alemana, pero con muchísima mejor paleta.

Retratos, paisajes y un poco de rebeldía

Gabriele, que comenzó como una jovencísima fotógrafa amateur, entendió pronto que la vida era demasiado corta para no llenarla de color y formas únicas. Y aquí es donde su arte se pone interesante: mientras el mundo esperaba que las mujeres se dedicaran a bordar cojines y decorar tartas, Münter estaba pintando paisajes vibrantes y retratando a los amigos con una mirada tan certera que casi daba miedo. Desde los viajes que realizó por Europa y el norte de África con su pareja, un tal Wassily Kandinsky (¿te suena?), hasta su etapa de exilio en Escandinavia durante la Primera Guerra Mundial, sus obras fueron un grito silente de libertad y exploración.

De hecho, Gabriele no solo fue pionera del expresionismo; también fue una adelantada a su tiempo en eso de no dejar que un hombre eclipse tu talento. Porque sí, Kandinsky era famoso, pero sin Münter a su lado, quizás habría sido un poco más gris. Ella, en cambio, pintaba casas de colores imposibles, sillas llenas de vida y montes que parecen bailar bajo cielos intensos.

Lo cotidiano también tiene alma

Si algo destaca en las obras expuestas en el Thyssen, es que Gabriele Münter podía convertir lo más sencillo en algo extraordinario. Un jarrón de flores sobre una mesa se convierte en un universo de tonos que parecen gritarte: ¡mira más allá de las formas! Es como si los objetos cotidianos tomaran vida y se quejaran de lo poco que los observamos.

Un ejemplo: sus cuadros de interiores, donde una silla parece un trono y una ventana con vistas a un edificio aburrido se vuelve, de pronto, un portal a otra dimensión. Gabriele no pintaba cosas; les daba voz. Y claro, tú, que a duras penas has conseguido que tu geranio sobreviva al verano, te quedas pensando: “¿Por qué mi realidad no luce así?”.

Ser mujer, artista y libre en el siglo XX: una trilogía complicada

Decía Virginia Woolf que una mujer necesitaba una habitación propia para poder crear. Münter no solo se buscó una habitación, sino que se construyó una casa entera en Murnau, su refugio y centro de operaciones artísticas. Y es que la independencia fue clave en su carrera. Mientras la mayoría de sus contemporáneas eran ignoradas o empujadas a un segundo plano, Gabriele se aferró a su pasión, convirtiéndose en una de las artistas más importantes del expresionismo alemán.

Irónicamente, tuvo que esperar demasiado tiempo para que el mundo le diera el reconocimiento que merecía. Por suerte, el Thyssen nos la trae a España en una retrospectiva que deja claro por qué hoy celebramos a esta mujer: por su capacidad de reducir lo esencial, por su amor por los colores que parecen salir del lienzo y por haberse mantenido fiel a sí misma en un mundo que, en aquella época, aún no entendía cómo manejar tanto talento.

Si pasas por el Thyssen y no sales con una sonrisa y un par de ideas para redecorar tu casa con una paleta de colores más atrevida, es que no has mirado bien. Gabriele Münter te invita a ver la vida con otros ojos, a romper con lo establecido y, por qué no, a probar suerte con ese pincel que tienes olvidado en el cajón.

En resumen, si alguien te dice que el arte de Münter es «demasiado sencillo», dale las gracias por su opinión y dile que Gabriele logró en una pincelada lo que muchos intentan durante toda una vida: convertir lo ordinario en extraordinario, sin esfuerzo aparente. Porque al final, como diría ella misma si nos viera, el mundo está lleno de colores; solo hay que atreverse a mirarlos.

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