¿Es el arte abstracto una tomadura de pelo?

«El crítico de arte es el peor enemigo del arte»

Vasili Kandinsky

Pocas cosas dividen tanto como el arte abstracto. Hay quienes lo veneran como la cúspide de la creatividad humana y quienes creen que es una conspiración para que los ricos gasten millones en garabatos con nombres pretenciosos. ¿La verdad? Es ambas cosas. El arte abstracto es una forma de arte como cualquier otra: puede ser sublime, puede ser basura. La diferencia está en si el cuadro te deja boquiabierto… o queriendo una devolución.

¿Dónde empezó todo este desmadre?

El arte abstracto nació como un grito de libertad. Kandinsky y compañía decidieron que pintar jarrones, frutas y señoronas encorsetadas ya no era suficiente. Querían capturar el alma de las cosas, ir más allá de lo que el ojo puede ver. Hasta aquí todo bien: la idea era revolucionaria. El problema es que, al quitarle al arte las reglas, también abrieron las puertas a lo que yo llamo “El Síndrome de la Mancha Sin Sentido”.

Es fácil romantizar la libertad artística hasta que alguien te planta un cuadro con tres rayas y te dice que es “la angustia existencial del ser postmoderno”. Perdón, pero a veces parece más la angustia de un pintor que no sabía qué hacer con los restos de pintura.

El gran problema del arte abstracto

El arte abstracto tiene un gran defecto, y no es la falta de figuras reconocibles. Es que dejó claro que, si tienes suficiente cara dura y una buena galería que te respalde, puedes colar cualquier cosa como arte.

¿Nunca te has preguntado cómo un lienzo blanco con una línea roja puede valer más que tu casa? Ahí está el truco: el arte abstracto no solo se pinta, se vende. Es un espectáculo de marketing donde el cuadro importa menos que la historia que alguien invente para justificarlo. Y vaya historias: “Esto representa la dicotomía entre el caos y el orden en un universo cuántico.” Claro, y mi bocadillo de atún representa la lucha de clases.

Carrés – Antoni Tapies

Cuando es bueno, es brillante

Dicho esto, cuando el arte abstracto es bueno, es una maravilla. Toma a Rothko, por ejemplo. Dos rectángulos de color y ya. Pero te paras frente a ellos y, sin saber cómo ni por qué, te atraviesan el alma. Es como si el cuadro te gritara algo en un idioma que no entiendes, pero que igual resuena.

Lo mismo con Pollock. Ese loco no solo salpicaba pintura; componía caos. Cada gota parecía caer en el lugar exacto, como si el desorden tuviera una lógica secreta. Eso es arte abstracto del bueno: no necesita decirte qué sentir, porque lo hace por sí mismo.

¿Cómo distinguir una obra maestra de una estafa?

El eterno dilema. No hay fórmula mágica, pero aquí van unos consejos:

  1. Mira el contexto: ¿Es el artista alguien con trayectoria y técnica o alguien que salió de la nada con un cuadro que parece un test de Rorschach?
  2. ¿Te mueve algo? Si un cuadro abstracto no te hace sentir nada, ni siquiera una ligera rabia, quizá esté vacío.
  3. El título importa: Si tiene un nombre tan largo y absurdo que parece una tesis doctoral, sospecha. Los buenos cuadros no necesitan tanta palabrería para defenderse.

Y, lo más importante, confía en tu instinto. Si ves un cuadro y te parece que el artista se estaba quedando sin ideas, probablemente sea así.

La paradoja del arte abstracto

El arte abstracto es una paradoja. Por un lado, es una de las formas más libres y emocionantes de crear. Por otro, es un imán para los farsantes. Es como la comida de vanguardia: cuando está bien hecha, es deliciosa; cuando no, parece un plato que alguien tiró al suelo.

Pero ¿es culpa del arte abstracto? No. Es culpa nuestra. Hemos permitido que los museos se llenen de “obras” que son, básicamente, lo que un niño haría en clase de manualidades. Porque nadie se atreve a decir: “Oye, esto no me dice nada.” Porque, claro, el arte tiene que ser profundo. Y si no lo entiendes, el problema eres tú.

Entonces, ¿es una tomadura de pelo?

No, pero lo parece. Es una forma de arte como cualquier otra, con sus genios y sus mediocres. ¿La diferencia? En el abstracto, los mediocres se camuflan mejor. Una pintura realista mal hecha es evidente; un cuadro abstracto malo puede disfrazarse de “conceptual” y salir impune.

Lo que el arte abstracto necesita no es más lienzos blancos, sino más honestidad. Reconocer que no todo lo que cuelga en una pared merece estar ahí. Porque cuando el abstracto es auténtico, es una maravilla. Pero cuando no, es simplemente una mancha cara.

El arte abstracto no es una tomadura de pelo. Es una oportunidad. Puede ser sublime, visceral, inolvidable. Pero también puede ser una broma que nadie tiene el valor de señalar. Así que no te dejes intimidar. Si un cuadro te mueve, es arte. Si no, quizá solo sea pintura cara y un buen vendedor detrás.

Porque al final, el arte no necesita explicación. Pero las excusas, esas sí que sobran.

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