Eres bueno dibujando

¿Eres bueno dibujando? Diez claves para averiguarlo

Del garabato a la locura: cuándo empieza la magia

Voy a confesarte algo que ni mi reflejo en el espejo sabe: cada vez que me preguntan “¿eres bueno dibujando?” me quedo en blanco. Cierro los ojos y recuerdo la tarde en que, siendo un niño, intenté dibujar el árbol del patio. Lo que salió de mi lápiz fue más parecido a un monstruo con alas que a un roble frondoso. Sin embargo, no me rendí. Seguí garabateando sombras y luces, creyendo —o pretendiendo creer— que con un lápiz mal afilado podría capturar la esencia de cualquier cosa. Hoy, después de muchos bosquejos y una pizca de orgullo mal disimulado, comparto diez claves que me han hecho pensar que sí, a veces, uno puede sentirse casi un genio del grafito… o un simple admirador torpe de sus propias rayas.

La verdad no es lineal. Menos cuando hablamos de la creatividad, que suele reírse de nuestras expectativas y darnos lecciones cuando menos lo esperamos. Hubo un día en que creí haber dominado la técnica del claroscuro. Pintaba y dibujaba con furia, asumiendo que ya ningún trazo se me escaparía. Fue justo entonces cuando intenté bocetar un retrato de mi gata con una pose digna de reina renacentista. Unos cuantos rasgos mal ubicados transformaron aquella preciosura felina en una criatura rabiosa. Quise romper la hoja, pero me contuve. Descubrí, por pura obstinación, que la clave para mejorar suele nacer de los garabatos fallidos y la ironía de nuestras manos.

A continuación, te presento diez señales que podrían indicar que, quizá, eres mejor dibujando de lo que imaginas. O peor, quién sabe. Lo importante es que lo descubras por tu cuenta y decidas si vale la pena seguir embarcándote en esta extraña aventura de líneas y sombras.

1. Observas manchas de tinta en todas partes

Hubo un tiempo en el que veía figuras raras en las manchas de la cafetera. Me recordaban seres fantásticos que me pedían vida en mis bocetos. Si te pasa algo similar, tal vez tu imaginación sea un tornado a punto de desatarse. No subestimes esas manchas: pueden inspirarte más que una clase magistral de arte, porque cuando una pequeña salpicadura de café te indica un contorno, quizás estés en el umbral de un universo que solo tú puedes dibujar.

Empieza con la libreta

La libreta es tu santuario. O tu exorcismo. Ahí arrojas ideas, seres, formas imposibles, con la esperanza de que alguna cobre sentido. Muchos artistas famosos afirmaron que, sin bocetos preliminares, su obra maestra jamás habría nacido. Claro, ellos también veían manchas hasta en sus sueños.

2. Sientes que el lápiz es una extensión de tu dedo meñique

Hace unos meses, perdí un lápiz que llevaba años conmigo. Experimenté un duelo ridículo: se lo había regalado un amigo que, a su vez, lo había heredado de su abuelo. Este “palo de grafito” era casi mi compañero de batalla. Sentí como si me hubieran robado un órgano, o un pedacito de cerebro. Cuando el apego al instrumento es tal que no imaginas tu vida sin un lápiz a la mano, puede que el dibujo te corra por las venas. Y sí, quizá sea algo bueno o tal vez un síntoma de locura, pero así empezaron muchos creadores.

Conecta con tu herramienta

Algunos utilizan pinceles enormes, otros prefieren la sutileza del portaminas. Lo que importa es el vínculo con tu herramienta. Esa intimidad es la que hace que tus dedos bailen sobre el papel, como si una mano invisible guiara tus trazos.

3. Te obsesionas con la proporción (y la odias al mismo tiempo)

Vivimos rodeados de proporciones que no cuadran. A veces, la vida nos da edificios imponentes y cuerpos desiguales. Sin embargo, en el dibujo, la proporción se convierte en una especie de divinidad. Quizás hayas pasado horas intentando cuadrar la cabeza con el torso, solo para descubrir que la cabeza salió del tamaño de una sandía. Si, pese a ello, insistes, corriges, recortas y vuelves a intentarlo hasta lograr que encaje, tal vez poseas la terquedad necesaria para ser bueno.

Mide tus proporciones a ojo

El ojo se entrena. No hace falta un compás ultramoderno ni un software de precisión. El pulso y la mirada entrenada, sumados a la repetición incesante, hacen milagros. Esa mezcla de tozudez y paciencia es casi una marca registrada de quien ama dibujar.

4. El color te habla en idiomas raros

No hablo solo de la piel humana, que siempre es una mezcla de tonos imposibles de definir. Me refiero a mirar un atardecer y preguntarte por qué el violeta entra en diálogo con el naranja en el horizonte. Cuando comienzas a ver batallas cromáticas a tu alrededor y te sumerges en esa danza de matices, puede que el dibujo sea una vocación. Quizás no seas un erudito en teoría del color, pero algo dentro de ti te pide a gritos combinar rojos, verdes y amarillos con una precisión de alquimista.

Caza los colores como trofeos

El mundo real rara vez coincide con los tubos de pintura. Sin embargo, si logras mezclarlos hasta capturar la intensidad de aquel tono en el cielo, significa que estás afinando tu mirada. Y eso es oro puro para un dibujante que aspira a trascender sus limitaciones.

5. Tus bocetos son una especie de diario personal

Hay quien escribe un diario con palabras. Otros hacen dibujos en servilletas, hojas sueltas y cuadernos viejos. Si, al repasar tus garabatos, redescubres anécdotas de tu vida, felicidades: tus manos están narrando historias en imágenes. Cuando el lápiz se convierte en un confesionario silencioso, tu relación con el dibujo va más allá de la técnica. Es casi un acto de sobrevivencia emocional.

Revisa tus primeras rayas

Nada como revisar aquellos garabatos de hace años para ver tu evolución. A veces, reconocer cómo has crecido te da la pista final de que sí, estás mejorando, aunque no seas el nuevo Leonardo.

6. Tienes una paciencia sospechosa cuando dibujas

En mi día a día, suelo ser impaciente. Detesto las colas del supermercado y evito las esperas en cualquier trámite. Pero cuando agarro el lápiz, algo pasa. Todo se vuelve lentitud placentera. Si descubres que eres capaz de invertir horas delineando la textura de una hoja sin sentirte en una tortura, tal vez, muy en el fondo, el dibujo sea tu refugio perfecto.

Observa tu propia calma

La atención al detalle no siempre es la virtud más fácil de encontrar. Si logras aislarte del ruido mental mientras dibujas, hay un potencial inmenso. Aprovecha esa especie de burbuja creativa: pocos lugares son tan auténticos como la concentración total.

7. Te fascina la realidad distorsionada

Nunca olvidaré una tarde de tormenta en la que intenté dibujar los relámpagos. Me di cuenta de que la forma real de los destellos no coincidía con lo que solía plasmar en el papel. Entonces, me reí de mí mismo y me atreví a exagerarlo todo. Lo que surgió fue una interpretación distorsionada, casi cómica, pero llena de energía. A veces, para saber si eres bueno dibujando, tienes que romper con la realidad y deformarla.

Desarma lo que ves

Deformar un objeto y luego darle vida a tu antojo es la esencia de muchos artistas. Cada línea exagerada, cada perspectiva imposible, puede revelar talento. Porque el talento no siempre está en la copia fotográfica, sino en la visión única que tienes de lo que te rodea.

8. Buscas críticas aunque te duelan

Recuerdo el día en que mostré un dibujo a un conocido “experto” en arte. Lo miró con desdén y dijo algo así como: “Le falta alma”. Estuve a punto de sentarme en una esquina a llorar, pero en lugar de eso volví a dibujar la misma escena, con más rabia, con más rabia y con un pedacito de orgullo maltrecho. A veces, la forma de crecer es exponerse a críticas injustas, mordaces o, con suerte, constructivas.

Pide opiniones sin miedo

La retroalimentación no siempre será amable, pero te ayuda a encontrar tus puntos ciegos. Quien aprende a encajar críticas está a un paso de superar sus límites y, de paso, hacer oídos sordos a comentarios malintencionados que no aportan nada.

9. Tus sueños se convierten en bocetos al amanecer

Hay madrugadas en las que te despiertas con la certeza de que has soñado un paisaje extraterrestre lleno de criaturas bizarras. En lugar de volver a dormir, te lanzas al cuaderno para intentar capturar algo de esa atmósfera. Cuando tu imaginario te empuja a dibujar lo que ni siquiera entiendes, puede que seas mejor dibujando de lo que piensas. La inspiración onírica puede trasladarse al trazo, y a veces es lo más honesto que tendrás.

Explora tu inconsciente

El subconsciente guarda tesoros y miedos. Ese lugar oculto suele pedir a gritos un lápiz para manifestarse. Hazle caso. Aunque el resultado sea inquietante o absurdo, allí hay pistas de tu potencial.

10. Te niegas a dejar de intentarlo

He escuchado muchas veces la frase “No sirvo para dibujar, lo dejé hace años”. Sin embargo, quienes vuelven al dibujo, casi de forma inevitable, traen consigo esa determinación que los lleva a probar todo tipo de técnicas. No importa si te especializas en retratos, en caricaturas o en grafitis psicodélicos. Si persistes, si sigues explorando nuevos estilos, materiales y formatos, quizás seas mejor de lo que crees. O, al menos, tendrás más aventuras que contar.

Prueba distintas rutas

Si algo no funciona, no lo deseches por completo. Cambia de herramienta, prueba papeles diferentes, experimenta con nuevos colores. La obstinación creativa es el mejor combustible para llegar a resultados que ni tú mismo esperabas.


Llegados a este punto, puede que sigas sin tener la respuesta definitiva a “¿eres bueno dibujando?”. Tal vez te quedes en la duda, o descubras que el dibujo es solo parte de un proceso infinito de equivocaciones, revelaciones y momentos de gloria efímera. Lo que está claro es que, si has sentido la necesidad de revisar estas diez claves, hay una vocecita interna que te reta a mejorar. Ese es el secreto mejor guardado de todo aspirante a artista: la curiosidad que nos empuja a cuestionar, a trazar, a equivocarnos. Y, sobre todo, a persistir.

Porque, al final, dibujar no es un destino. Es un viaje con escalas llenas de borradores, contornos borrosos, descubrimientos insospechados y, a ratos, una sensación de libertad que no se consigue de otra forma. Así que, si aún no te sientes satisfecho, sigue adelante. El papel seguirá esperando. Y quién sabe, quizás mañana descubras que, sin proponértelo, has creado un garabato capaz de conmoverte a ti y a quien se atreva a mirar.

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