El arte como novela gráfica del chisme
Reseña de ‘Lo que los libros de Historia del Arte no quieren que sepas: Salseos artísticos y más’ :’, de Blanca Guilera
La primera vez que escuché el título de este libro, pensé que se trataba de un complot. ‘Los libros de Historia del Arte no quieren que sepas…’ ¿Quiénes son exactamente esos libros? ¿Se reúnen en sótanos oscuros para planear cómo hacernos la vida más difícil? Yo no digo que no. Pero, al menos, Blanca Guilera parece haber escuchado susurros desde la trastienda y decidió publicar el boletín oficial de sus trapos sucios.
Un bodegón lleno de chismes
Confieso que siempre he mirado los bodegones con una mezcla de indiferencia y hambre. Pero ahora resulta que cada fruta tiene una conspiración detrás. Guilera te dice que ese melón en un rincón simboliza el adulterio, que la uva en el centro era un guiño descarado al mecenas (probablemente con más amantes que cuadros en su colección) y que el fondo oscuro lo puso el pintor porque estaba harto de pagar la luz. Todo contado con el tono de alguien que claramente ha pasado más tiempo en TikTok que en la biblioteca.
El problema es que, a medida que avanzas, no puedes evitar una sensación incómoda: ¿De verdad el arte necesita convertirse en una especie de reality show para interesarnos? ¿Es absolutamente necesario comparar a Frida Kahlo con Taylor Swift? Seguro que en algún plano astral, ambas lo están discutiendo ahora mismo, pero no sé si eso suma o simplemente convierte el arte en otro producto de consumo rápido.
La promesa y el golpe de realidad
No puedo negar que Blanca Guilera tiene talento para contar historias. Es rápida, mordaz y sabe cómo captar la atención. Pero aquí está el giro: no todo lo que reluce es oro ni todo lo que se publica en tapa blanda debería ser considerado arte. La idea del libro, en teoría, es brillante: hacer accesible la historia del arte a todos. Pero el resultado a veces se siente como si el Guernica hubiera pasado por un filtro de perro de Snapchat.
El lenguaje, fresco y desenfadado, cae en momentos de autocomplacencia millennial, como si estuviera más preocupado por ser viral que por profundizar en las historias. Y las ilustraciones, que deberían ser el alma visual de la obra, parecen sacadas de un PowerPoint de los 2000. Es como si el libro mismo estuviera en una lucha interna: por un lado, quiere ser un tributo al arte; por otro, se sabotea a sí mismo convirtiéndose en un accesorio para Instagram.
De qué va realmente este libro (y qué no te dice)
Si tuviera que resumirlo, diría que es un libro sobre lo que pasa cuando mezclas cuadros antiguos con el algoritmo de las redes sociales. Guilera construye un puente entre Caravaggio y el ‘true crime’, entre la mitología griega y el fanfiction. Y aunque a veces las conexiones funcionan (porque, seamos honestos, ¿a quién no le interesa un chisme sobre Dalí y Lorca?), en otros momentos el esfuerzo por ser moderno y ‘cool’ sobrepasa la sustancia.
En mi caso, terminé el libro sintiéndome como quien ha comido un menú degustación de 18 platos, pero todos eran diferentes versiones de patatas fritas. Sabrosas, sí. Memorables, no tanto.
Entre la genialidad y la performance vacía
¿Recomendaría este libro? Depende. Si estás buscando una lectura ligera para una tarde lluviosa y no te importa que te traten como si nunca hubieras visto un cuadro en tu vida, entonces sí. Pero si esperas profundidad, rigor o imágenes de calidad, quizás deberías ir directamente a Google y buscar las obras tú mismo. Eso sí, a Blanca hay que agradecerle una cosa: ahora veo los bodegones con sospecha, y eso, quieras o no, ya es un logro.