Tipos de pinceles y cómo no perderse en la jungla de opciones
Pinceles: un camino sin retorno entre la obsesión y la bancarrota
Hace unos días me encontré sentado en el suelo de mi sala, rodeado de pinceles antiguos, latas de pintura con fecha de caducidad dudosa y un par de gatos que me miraban con la misma expresión que tendría un profesor de matemáticas frente a un alumno sin la menor intención de prestar atención. En algún punto entre la tercera taza de café y el primer bostezo, me pregunté por qué nadie habla de los pequeños grandes secretos que conllevan la elección de un pincel. Todo el mundo repite lo mismo: “Compra los mejores que puedas pagar”, “Piensa en el tipo de pelo” o “Prueba varios hasta hallar tu favorito”. Pero no es tan sencillo, ¿verdad? De alguna forma, siempre terminamos con un manojo de cerdas medio deformadas y un gasto mayor al que pensábamos. Aquí va mi versión de las cosas.
Capítulo 1: La tienda de suministros que se sentía como una dimensión paralela
Apenas cruzo la puerta de mi tienda de arte preferida —si es que se puede tener una tienda favorita cuando ya no sabes ni tu color real de cabello—, me recibe ese olor a trementina y pegamento. Algo así como un perfume para frikis del arte, un aroma que me hace pensar en locos rincones del cerebro humano donde vive la inspiración… o en una bodega clandestina. Aun así, me embriaga la sensación de posibilidad.
Me acerco a la sección de pinceles y veo un muro interminable de opciones. Un ejército de cerdas, de mangos rojos, verdes, azules, de madera clara, oscura, con nombres exóticos que me recuerdan a ciudades perdidas en mapas antiguos. La primera gran revelación: la etiqueta del precio. Sí, casi me caigo de espaldas cuando descubrí el costo de aquellos pinceles de marta kolinsky. En mi ignorancia inicial, creía que marta kolinsky era una pintora impresionista. Resulta que es el tipo de pelo más caro y, según los entendidos, uno de los más suaves y precisos.
Por pura curiosidad, sostuve uno con cuidado de cirujano: el pincel se sentía como una pluma que podría arrancar suspiros al lienzo. Sin embargo, mi cartera gritó pidiendo clemencia. Así que lo dejé allí, como quien devuelve un tesoro prohibido a la vitrina. No iba a hipotecar mi futuro para comprarlo, pero la experiencia me sirvió para entender ese primer gran detalle que nadie menciona: hay pinceles que cuestan lo mismo que un menú entero en un buen restaurante… o dos.
Hubo una época en mi adolescencia en la que mi abuelo, un aficionado a la pintura de paisajes, me invitaba a su taller los fines de semana. Era un espacio caótico donde convivían latas de acuarela reseca, pinceles roídos y una radio antigua emitiendo música de fondo. En una de esas tardes, me prestó un pincel con pelos de cerdo (o al menos eso presumía él) que estaba tan endurecido que me parecía más adecuado para limpiar parrillas que para pintar una puesta de sol. Pero él era feliz haciendo trazos fuertes y rápidos; dibujaba montañas que parecían emerger de las paredes.
Me preguntaba por qué no compraba pinceles nuevos, y su respuesta era siempre la misma: “No hay nada como un pincel con historia, ¿ves? Se amolda a ti con el tiempo”. Por entonces pensaba que era un pretexto de tacaños. Ahora, en mi propia búsqueda del pincel ideal, entiendo que cierto desgaste hace que la herramienta se vuelva una extensión de la mano. Quizás mi abuelo no quería confesar que pintaba mejor con un pincel a medio morir, porque ese desgaste llevaba impreso su estilo.
TIPOS DE PINCELES Y SUS USOS PRINCIPALES
Redondo
- Ideal para trazos curvos y detalles.
- Útil en acuarela, óleo y acrílico, pues carga bien la pintura.
- El grosor del trazo varía según la presión ejercida.
Plano
- Apto para cubrir áreas grandes y hacer trazos definidos.
- Excelente en técnicas que requieran capas planas de color.
- Útil para mezclas y degradados, sobre todo con acrílico y óleo.
Lengua de Gato (Filbert)
- Combina las ventajas del plano y el redondo.
- Crea bordes suaves y transiciones delicadas.
- Práctico para difuminar y dar volumen en retratos o paisajes.
Angular
- Permite pintar líneas inclinadas y llegar a rincones estrechos.
- Funciona bien para contornos precisos y efectos de sombreado.
- Ofrece control al inclinarlo según la dirección del trazo.
Abanico
- Se emplea para difuminar, crear texturas y efectos especiales.
- Ideal en paisajes, para simular hojas de árboles o nubes.
- En técnicas de óleo y acrílico, ayuda a suavizar transiciones.
Detalle (o Liner)
- Pincel de punta fina y cerdas largas.
- Perfecto para líneas muy precisas, firmas o adornos minuciosos.
- Suele utilizarse en ilustración y en acabados detallados.
Mop (o Brocha de lavado)
- Amplio y redondeado, retiene gran cantidad de agua y pigmento.
- Ideal para acuarela y para cubrir fondos rápidamente.
- Facilita pinceladas suaves y degradados extensos.
Capítulo 2: El mito del pelo natural vs. sintético
La siguiente pieza del rompecabezas es el eterno debate: ¿pinceles de pelo natural o sintético? Te dirán que el pelo natural (como el de marta kolinsky o el de ardilla) retiene mejor la pintura y distribuye el agua con más fluidez en técnicas como la acuarela. Por otro lado, los sintéticos modernos han evolucionado tanto que a veces no notas la diferencia. Su durabilidad los hace ideales para acrílico o incluso para óleo, y encima suelen ser más baratos.
El problema radica en que, si eres indeciso, terminarás comprando ambos. Cien por ciento garantizado que terminarás con un puñado de pinceles sintéticos para tus proyectos experimentales y otro puñado de pelo natural para cuando quieras sentirte profesional. Claro que después llega el día en que no sabes cuál es cuál, porque todos se revuelven en el mismo lapicero, y ahí empieza la improvisación.
¿Nadie te lo contó? Pues es así. Con el tiempo, los pinceles se mezclan, se confunden y uno termina usando el de pelo de pony para extender acuarela y el de pelo sintético para óleo. Y, para sorpresa de algunos puristas, no se acaba el mundo. Lo que sí te recomiendo, si es que realmente te importa no arruinarlos, es mantenerlos separados por categorías o, al menos, dejar una marca discreta en el mango. Pero la emoción de pintarlo todo a la vez puede más que la disciplina, créeme.
En una época de mi vida, empecé a tener sueños recurrentes con un pincel gigantesco que me llamaba por mi nombre desde un rincón oscuro. Resultaba inquietante porque, en lugar de cerdas, aquel pincel tenía pequeñas serpientes. Un día me armé de valor y le pregunté qué significaba. Me respondió con voz ronca que, en realidad, yo no tenía ni idea de lo que estaba pintando. Quizás era mi inconsciente gritándome que dejara de comprar pinceles al azar y pensara mejor en mi propósito al pintar.
Cuando desperté, corrí a una papelería y compré uno plano de tamaño grande, de pelo sintético, económico pero decente. Fue el primero que usé para hacer un cuadro enorme de formas abstractas. Entendí que, antes de gastar cantidades absurdas en pinceles supuestamente perfectos, necesitaba saber qué carambas quería plasmar. Una decisión que partió de un sueño bizarro, pero me funcionó.
Capítulo 3: La forma del pincel y sus secretos inconfesables
Existe una clasificación bastante conocida, pero igual la repito para quien haya llegado aquí por accidente. Están los pinceles redondos, los planos, los lengua de gato (filbert), los angulares y los de abanico. Cada uno con su pequeña personalidad. Te podrían decir que los redondos son buenos para detalles y líneas, los planos para grandes superficies y trazos firmes, los filbert para transiciones suaves, los angulares para esos bordes imposibles y los de abanico para efectos de texturas o difuminados.
Pero la parte que no se suele contar es que, al principio, esta variedad te puede confundir más que los menús de un restaurante especializado en 200 tipos de café. Lo que nadie te dice es que no hay una ley universal que te obligue a usar, por ejemplo, un pincel redondo solo para líneas finas. Conozco gente que hace detalles magistrales con un abanico, incluso pintan pétalos delicados con esa cosa, rompiendo todos los manuales.
Descubrí que, si algo te resulta cómodo, por más extraño que parezca, adelante. El pincel es una extensión de la mano, pero también de la mente. Y la mente es un laberinto con pasillos que a veces conducen a resultados inesperados.
Hubo una temporada en la que me obsesioné con los pinceles redondos de punta fina. Quizás compensaba una temporada de mi vida en la que me sentía desordenado y caótico. Quería precisión, control. Así que cada vez que veía un número 0, 00 o 000 (los más finos), los compraba con frenesí. Una tarde me descubrí con una docena de pinceles hiperfinos y un solo lienzo en blanco. Me senté a pintar detalles, trazando líneas diminutas, casi imperceptibles. Sentía que estaba dibujando mi propia red neuronal de dudas, cada trazo representando una pregunta sin respuesta.Al final, el cuadro parecía un plano ininteligible. Pero recuerdo con cariño esa fase porque me sirvió para explorar la paciencia, la lentitud casi meditativa. Uno no lo pensaría, pero elegir un pincel puede ser un acto terapéutico, o de tortura, según el estado de ánimo.
Capítulo 4: La traición del tiempo y el cuidado de los pinceles
Te lo adelanto: los pinceles se desgastan, igual que nuestros sueños cuando crecemos. Por mucho que los cuides, llegará un momento en que las cerdas se abrirán, se torcerán o incluso se caerán, dejando un camino de pelos en el lienzo cual si fuera un mensaje cifrado. El cuidado recomendado consiste en lavarlos con agua tibia (o con disolvente si es pintura al óleo), usando jabón neutro, y secarlos con las cerdas en posición vertical hacia arriba o, mejor aún, en posición horizontal para evitar que se deformen.
Lo que nadie suele admitir es que, a veces, por pereza o despiste, dejamos los pinceles sumergidos en agua por días. Al sacarlos, se ven tan dignos como un gato que se ha caído accidentalmente a la bañera. Y ahí es cuando muchos tiran la toalla, compran pinceles nuevos y repiten el ciclo. No te sientas culpable. Forma parte del rito de todo aspirante a artista.
Una vez, tuve la osadía de pedir consejo al vendedor de una gran tienda de arte. Le dije que buscaba “el mejor pincel para acrílico”. Me miró fijamente, como si intentara descifrar mis demonios internos. Al cabo de unos segundos, me preguntó: “¿Qué quieres pintar?”. Me quedé en silencio. Pensé en atardeceres rojos, en rostros difusos, en garabatos caóticos. Le hablé de todo y nada a la vez. Al final, me dio un pincel plano de cerdas sintéticas y dijo: “Empieza con esto y regresa cuando sepas lo que buscas”.
Fue un momento incómodo, como si me hubiera mostrado un espejo en el que veía mi confusión. Sin embargo, ese pincel se convirtió en mi favorito por un buen tiempo. A veces, la elección del pincel tiene más que ver con la disposición mental que con la calidad técnica. Son esos misterios de la vida artística.
Capítulo 5: El tamaño sí importa (pero no como piensas)
La numeración de los pinceles es un enigma. Cada marca la maneja como quiere, y lo que en una marca es un #4, en otra puede ser un #6. Nadie lo regula de manera uniforme, así que te puedes volver loco tratando de encontrar la equivalencia exacta.
En mi búsqueda personal, descubrí que la talla perfecta es la que se acomoda a la idea que tengas. Para grandes fondos, necesitas pinceles anchos; para detalles, pinceles finos. ¿Y si el lienzo mide más de un metro? Pues seguramente querrás un pincel tan grande que parezca un cepillo de zapatos. Lo bueno es que en esas dimensiones puedes permitirte pinceles industriales.
El verdadero problema no es el tamaño físico, sino tu relación con él. Un pincel muy grande puede darte vértigo si estás acostumbrado a hacer miniaturas. Y uno muy pequeño puede hacerte perder la paciencia si quieres cubrir una pared entera. Nadie te lo advierte, pero a veces compras un pincel enorme para sentirte poderoso y luego te das cuenta de que no cabe en tu frasco de agua. Pequeños dramas de la vida cotidiana.
Epílogo (o algo parecido): La reconciliación final
Después de toda esta odisea, de recuerdos con mi abuelo, de sueños con pinceles que me hablaban, de confusiones existenciales en la tienda y de intentos fallidos de lavar las cerdas, terminé comprendiendo que el mejor pincel no es necesariamente el más costoso ni el más famoso. Es el que, en un momento determinado, se siente perfecto para lo que quieres pintar.
Claro que hay consejos técnicos: si usas óleo, busca cerdas duraderas; si usas acuarela, busca pelos suaves; si quieres líneas finas, un pincel de detalle. Pero, en última instancia, la relación con la herramienta se va forjando. Y sí, llegará el día en que un viejo pincel maltrecho, con el mango astillado y las cerdas un poco abiertas, se convertirá en tu favorito para un estilo de trazo único.
Lo que nadie te dice, y te lo digo yo ahora, es que no hay una fórmula mágica. Hay ensayo, error, frustración y a veces hallazgos increíbles. Cada pincel que compres y que destruyas o que adores formará parte de tu historia creativa, casi como esas cicatrices que en su momento duelen, pero luego se vuelven anécdotas.
Aun hoy, cuando entro a una tienda de arte, siento un leve temblor al ver la sección de pinceles. Miro esos ejemplares impecables, con sus cerdas intactas y el mango reluciente, y pienso: “¿Cuál de ustedes me susurrará hoy? ¿Cuál me defraudará mañana?”. Y esa incertidumbre, curiosamente, es parte de la magia de pintar. Porque si hubiera certezas absolutas, no habría tanta gracia en mancharse las manos ni en llenar el lienzo de color.
Así que, antes de dejar que tus pinceles se llenen de polvo o que el estrés de no saber cuál comprar te quite el sueño, recuerda algo simple: siéntelos, pruébalos, investiga un poco, pero tampoco te aferres. La pintura, al fin y al cabo, es un territorio tan vasto como nuestras contradicciones. Y de algún modo, cada pincel que elegimos es un puente más para conocernos, para equivocarnos y, de vez en cuando, para acertar en un trazo que nos asombre. A veces, eso es lo único que importa.
Y si en medio de esa travesía alguno de tus pinceles decide hablarte en sueños, ya me contarás qué te dice. Yo, por mi parte, seguiré experimentando. Ojalá no me toque uno con serpientes en las cerdas esta vez. Aunque, pensándolo bien, eso podría inspirar un cuadro interesante. Quién sabe.