¿Qué significa ser un artista hoy?
Entre la gloria inexistente y pagar el alquiler vendiendo tu alma al algoritmo
No tengo ni idea. Esa es la respuesta honesta, pero como vivimos en una época en la que el «no saber» está mal visto, voy a intentar rellenar estas líneas con alguna reflexión pseudo-profundamente absurda. Porque, si algo define al artista contemporáneo, es justamente eso: fingir que sabes qué estás haciendo mientras improvisas cada paso.
Primero, el contexto. Hoy, ser un artista es como ser un equilibrista en un circo en llamas, pero sin red. O, mejor dicho, con una red hecha de hashtags, likes y la promesa de un crowdfunding que nadie va a financiar. Vivimos en un mundo donde «crear» se ha convertido en una competencia de popularidad. No importa si has pintado el fresco más sublime desde Miguel Ángel; si no tiene buena luz para Instagram, estás perdido. «Arte», en 2025, es un vocablo que depende del algoritmo.
Pero no nos adelantemos. Hay días en los que me despierto pensando: «Quizá hoy sea el día en que entienda lo que significa ser un artista». Y entonces abro el correo y veo otra invitación a participar en una exposición donde los artistas no cobran, porque, ¡atención!, «la exposición ya es el pago». Claro, porque yo voy al supermercado y le digo a la cajera: «Hoy no voy a pagar en efectivo ni con tarjeta; le doy mi presencia artística como moneda de intercambio». Evidentemente, no funciona.
La cosa es que, para ser un artista hoy, necesitas una mezcla extraña de ego y autodesprecio. Ego para convencerte de que tu trabajo importa y autodesprecio para aceptar todas las humillaciones del sistema. Los galeristas te dicen: «Esto no es comercial». Los compradores te dicen: «Esto es demasiado caro». Y tus amigos te dicen: «¿Por qué no te consigues un trabajo de verdad?». Sí, ser artista es una profesión tan respetada como ser ladrón de WiFi.
Y hablando de respeto, ¿qué pasa con la identidad del artista? Antes, ser artista era algo noble. Ahora, parece un diagnóstico. Si dices «soy artista», la gente asume que tienes problemas de compromiso, una dieta basada en ramen instantáneo y un gato llamado Kafka (culpable en dos de tres). Te miran como si hubieras confesado que coleccionas tapones de botellas en lugar de pagar impuestos.
En mi caso, ser artista hoy significa enfrentarme a preguntas existenciales como: ¿Debo vender mi alma a una marca de zapatillas para poder pagar el alquiler? ¿Cómo convierto mi meditación sobre el absurdo de la existencia en una serie de NFTs que nadie va a comprar? ¿Por qué el vecino del quinto, que hace figuritas de animales con globos, tiene más seguidores que yo? Estas son las batallas cotidianas del arte moderno.
Y luego está el tema de las redes sociales. Porque hoy no eres artista si no tienes un perfil donde subes fotos de tus «procesos creativos». Procesos que, por cierto, consisten en 90% procrastinación y 10% lucha contra la crisis existencial. «¿Estás trabajando en algo nuevo?» me preguntó una amiga el otro día. «Sí, en mi habilidad para no llorar cuando veo mi cuenta bancaria», le respondí. Pero no subí eso a Instagram; no tiene filtro bonito.
Por supuesto, hay momentos de inspiración pura. Como esa vez que vi a un tipo en el metro con una camiseta que decía: «El arte no da de comer». Era irónico, porque estaba pidiendo limosna. Y yo pensé: «Esto es una performance en sí mismo». Le di una moneda, porque, ¿qué otra cosa puede hacer un artista por otro artista? Aunque, siendo honesto, probablemente estaba financiando su cerveza y no su arte. Pero, ¿quién soy yo para juzgar?
Lo más surrealista de todo es que, a pesar de la precariedad, la duda y la irrelevancia, seguimos creando. Porque, al final, ser artista hoy no se trata de vender, de likes o de reconocimiento. Se trata de esa necesidad insaciable de darle sentido al caos. De pintar, escribir, esculpir o cantar aunque nadie escuche. De mirar el mundo con ojos de niño perdido en una juguetería en ruinas.
Así que, ¿qué significa ser un artista hoy? Tal vez significa ser un idiota romántico, un cínico con esperanza, un loco que cree que las ideas pueden cambiar el mundo, aunque sea solo el mundo dentro de su cabeza. O tal vez significa aceptar que nunca lo sabremos, pero seguir intentándolo de todos modos.
¿Tú qué opinas? ¿Eres también uno de esos locos? Si es así, bienvenido al club. Trae tus pinceles, tus palabras y tu insomnio. Hay espacio para todos en esta tragicomedia que llamamos arte.